No quería irme
y dejar la velada de lado. Mi deseo se anclaba a tu voluntad.
Estábamos tan
a gusto perdiéndonos en nuestra intimidad, sin decirnos nada porque ¿para qué?
Si el silencio nos mantenía juntos y romperlo sólo nos desconocería para
nosotros. Una intimidad en la que no nos tocábamos, porque de eso se encargaba
el aire que viajaba entre nosotros: de coser nuestras almas.
Me veía
dichosa a tu lado pues es tu corazón quien puede sonreír cuando se esconde el
Sol hasta el amanecer. Me quería a tu lado por toda una eternidad, o el tiempo
que me quisieras contigo. Yo era feliz en nuestros mutismos.
Tu rostro se
perfilaba ante la noche y las estrellas se unían en su baile y binomialidad
para nosotros. No podía existir un instante tan especial entre dos que se
amaron y no volverán a verse. No mientras se amen y eso nos constaba.
Pensé en tu
ausencia y en el privilegio de tu mirar. La piel se me heló cuando me di cuenta
que no existía eternidad ni realidad donde pudiera quedarme contigo y las
lágrimas comenzaron a llover. En mi regazo se formó un mar de tristeza y tú no
entendías porqué tenía miedo. Porque yo iba a quererte por siempre y tú sin
haberte marchado, ya me habías dejado atrás.
Me fui para no
verte e intentar olvidarte. Y te olvidé. Olvidé tus ojos, tu voz, tu piel canela
y tu manía de querer estar cerca. Olvidé tu risa y tu canción preferida. Olvidé
los versos que callé por temor a abrumarte.
Y hoy te veo
entre tanta gente, recordando aquel instante entre silencio y estrellas,
preguntándome qué pasó con las historias que mis lágrimas de tinta escribieron
en tu piel de papel. Y hoy me pregunto si en verdad te olvidé.
O solo nunca quise irme y dejar aquella velada de lado...
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