sábado, 26 de octubre de 2013

Más allá de una coraza.

Las pequeñas copas de nieve que adornaban mi jardín, hacían constar que el invierno había llegado. Con las frías ventiscas y el manto pulcro y blanco que cubrían los suburbios, había recibido a mi estación favorita.

Los adornos de navidad que hacían contrastes con el oscuro firmamento. La nieve que enfriaba mis labios. Las lagunas convertidas en amplios senderos de hielo... En invierno, todo era perfecto. Tan perfecto como el complemento de un chocolate caliente con el de las noches decembrinas.

Pero, este invierno tendría algo especial, en mi corazón guardaba esa dulce sensación desde el otoño. Hace cuatro años ya que, le entregué mi corazón al hombre más noble del mundo. Estaba... vivamente enamorada. Él era una persona magnífica, con el deseo firme y constante de dejar algo bueno en este mundo. Y estaba segura, que él volvería para navidad. ¿Sería la ansiedad de encontrar un verano abrigante entre sus brazos? ¿El inminente deseo de sentirlo cerca de mí? ¿El capricho absurdo de saberlo mío, y no del mundo?

Hace dos años, logró firmar con una editorial para la publicación de su primer libro: "El amor, más allá de nuestras pieles", que invitaba al lector a aceptar a sus iguales, más allá de sus raíces. Era un libro encantador, demasiado para este siglo lleno de rechazos y malas miradas. Ese deseo de llevar su ideal más allá de lo que le limitaba, una conversación entré cafés y tabacos, era lo que me hacía admirarle cada vez más. Y yo, que fui bendecida con una madre llegada de la servidumbre, llenándome de todo el cariño que mi madre biológica no supo darme, no hice más que impulsarle a seguir su sueño.

Con los movimientos por los derechos civiles que se estaban dando, y la victoria de, el ahora presidente, John F. Kennedy en las elecciones, nació la oportunidad que él tanto esperaba: viajar por el país, para promocionar su libro, y entre charlas y debates, aprobar las relaciones sociales interraciales. Yo me quedé cuidando el hogar, mientras él viajaba por el país.

Año y medio después, en esa temporada decembrina, no hacía más que alistar mis más hermosos vestidos, tener la casa limpia y bien ordenada, y servir todos los días una comida deliciosa, esperando a que él, llegara de sorpresa y tuviese una grata bienvenida.

Mientras servía el pie de limón, escuché cómo llamaban a mi puerta. Fui directamente hacia ella, esbozando una sonrisa y como si estuviera prendida en llamas, la abrí con rapidez. La curvatura de mis labios se desvaneció, al encontrarme con un oficial de la policía.

− Buen día, oficial. ¿Qué se le ofrece?

− Buen día... ¿Es usted, la señorita Anne Smith? − preguntó, con mirada triste, y un poco vacía.

− Sí, sí. Soy yo; ¿ha sucedido algo? 

− Mi nombre es Spencer Davis. Yo... necesito hablar de algo personal con usted. Sobre el señor Smith.

− Si quiere, puede pasar y ponerse cómodo. − le ofrecí aquello al verlo tan incómodo, pensé que un vaso de agua le haría sentirse mejor. Aunque, tenía miedo. Él, dudoso, accedió a entrar, y se sentó en un sofá individual. Era el favorito de Frank, mi esposo. − ¿Quiere algo para tomar? Tengo café, agua...

− Un poco de agua estaría bien.

Fui a la cocina por un poco para él, y para mí. Algo me decía que yo también necesitaria hidratarme un poco.

− Verá, señora Smith. No sé cómo explicarle esto...

− Tómese su tiempo.

− Yo... era muy amigo de Frank, quien ha de ser su esposo. − Esbocé una sonrisa, nunca se fue de mí la coquetería al escuchar lo que él era de mí: mi esposo. Le escuché proseguir. − Sabía de sus pensamientos radicales sobre las leyes civiles y su... aceptación por la gente de color. Cuando me enteré de la publicación de su libro, sabía que haría mella en los estados del sur. Allí... ese tipo de ideologías, no eran bien aceptadas. En especial si hablamos del estado Misisipi. Él... realizó una pequeña conferencia en el pueblo de Jackson, para promocionar su libro. − Noté que mientras él me contaba aquello, sus ojos iban enrojeciéndose. Sentí un nudo en la garganta, pero seguí guardando silencio por un instante.

− ¿Sucedió algo en Jackson, oficial Davis?

− Frank fue asesinado, por un grupo de rebeldes universitarios...

Fue ahí, que sentí mi mundo venirse abajo. Le escuché decir unas palabras más, pero no eran más que balbuceos para mi embotada mente. Tomé fuerzas para acompañar al señor Davis hasta la puerta. Oí que se lamentaba, dejó una caricia en mi hombro, y se marchó.


Al cerrar la puerta, al sentir la cerradura hacer ese ruido que confirmaba que la puerta se había cerrado, al soltar el manojo... me deshice. Deshice mi dolor en llantos que me consumían la vida. Deshice mi felicidad, mi amor, toda mi ansiedad. Todo en mí, se deshizo para volverse una sola cosa: pesar.

Mi invierno, había dejado de ser perfecto. Y con él, mi vida, se convirtió en una miseria. Era una tortura despertar sin la seguridad de que Frank regresaría. Velar su cuerpo fue, lo más doloroso que he tenido que vivir. Y ver cómo todos sus sueños, se iban a lo más profundo de su tumba, me hizo recordar lo despiadado que era este mundo.



Pasaban los meses, y mi pesar se menguaba. Mi odio hacia las personas iba cesando, hasta que un día, se rindió.

Un otoño, se presentó ante mí el pensamiento de que, aunque Frank no estaba, Anne sí vivía. Yo estaba viva, y debía hacer algo con eso. Fui aceptando la ausencia de mi querido esposo, pero nunca le olvidé. Seguía enamorada de todo lo que él dejó en mí. Todo el amor que dejó en este mundo, yacía en mi desquebrajado corazón.

Y quise, mantenerlo vivo a través de sus ideales, sus expectativas. Cinco años habían pasado ya, cuando me planteé el fusionar su sueño con el mío. Y lo hice. Con el tiempo, lo logré.


Abrí una pequeña escuela para niños blancos y de color, con el principal propósito de dejar en ellos, una parte de lo que mi difunto esposo, me enseñó: más allá de nuestro color de piel, más allá de nuestra religión, más allá de nuestras raíces, somos hijos de Dios, y prueba de que su amor no lo reviste una coraza.

...Y a mi amor por Frank, tampoco.

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