sábado, 25 de enero de 2014

La chica de los mechones dorados como el Sol

Con su abundante melena empapada y goteando, comenzó a vestirse. Sin importar el frío que inundaba la estancia y las gotas que iban desde sus mechones dorados, hasta algunas partes de la tela inmaculada de su vestido. No podía dejar de ver su reflejo, quería asegurarse de lucir medianamente decente. Se colocó sus zapatillas favoritas, que resplandecían con el Sol.

Quería lucir tan lejana e impoluta como el cielo mismo.

Corrió varios metros hasta encontrarse con el portal de su antiguo hogar. Sentía un nido de nostalgia y presurosa inquietud bañándola por dentro, así como su cabello empapaba sus hombros. No recordaba cuándo fue la última vez que atravesó el umbral de esa casa, ni la primera vez que reacomodó las fotos del buró de su habitación. Su vida pasada le parecía cada vez más lejana y difusa. Sentía escocer su garganta, tensa y prieta. Algunas lágrimas querían nacer para dejarse caer por el rabillo del ojo, pero no lo permitió.

Escuchó el sonido del cerrojo que indicaba la apertura de la puerta. Se aproximó a un arbusto cercano para esconderse. Entre las hojas, visualizaba a su padre. Su aura emanaba cansancio y pesadumbre, mientras cargaba una caja en sus manos. Detrás de él, iba una mujer que sostenía bajo sus ojos, decenas de noches de insomnio. Ojeras, le llaman muchos. A ambos les importunaba caminar, sólo querían acabar con ese día tan grisáceo.

Se montaron en un auto pequeño y algo viejo, para luego partir del garaje. La chica de mechones dorados les siguió.

El Sol comenzó a brillar, cegándola por algunos instantes, hasta que logró ver el auto de sus padres. De manera escurridiza y con una distancia prudentemente marcada, los siguió.

Entre restos de escombros y flores marchitas, caminó hasta lograr esconderse detrás de una gran pieza de mármol ya trabajada. Logró enfocar a su padre, quien se arrodillaba con desazón. Notó que dejó la caja a un lado, para comenzar a soltar sollozos tímidos y ligeros. Le rompió el corazón ver tan triste al hombre que alguna vez la hizo tan feliz cuando pequeña.

Su madre mantenía la vista fija a su padre. Se le notaba que le costaba asimilar lo que sucedía, como un sueño que nos deja embotada la cabeza. Si bien su mente estaba en otro lugar, su corazón yacía tan roto como el de su amado esposo y lo demostró, con gruesas lágrimas que le mojaban las mejillas, dejándoles dos abundantes ríos de tristeza.

En su vida, había visto un escenario tan triste.

Caminó con discreción hasta donde estaban sus padres y se colocó en medio de ambos, aprovechando la distancia que se dejaban para poder sobrellevar su propia tristeza con algo de intimidad. El hombre, sacó de la caja que traía, un pequeño pastel con una vela en forma de nube. En la superficie del pastel, podía verse un Sol, hecho con crema de vainilla. Lo dejó frente a él, donde descansaba un ramo de girasoles ya marchito.

La chica de mechones dorados se arrodilló, con una tristeza que le embargaba el alma.

Su madre sacó un yesquero del bolsillo de su impermeable, y encendió la vela del pastel. Se arrodilló junto a su esposo y le tomó la mano. Con un nudo en la garganta, la pareja cantó:

“Cumpleaños feliz, te deseamos a ti…”

La chica de mechones dorados, lloró.

“… Cumpleaños, Sunny…”

Los presentes enfocaron la vista a la pieza de mármol algo desgastada frente a ellos, y visualizaron el nombre de la chica de mechones dorados: Sunny Turner.

“…Cumpleaños feliz”.

Sunny limpió las lágrimas que caían de sus azules ojos, mientras daba un soplo a la vela que se derretía de a poco con el débil fuego. Del sur, vino una ventisca, levantando los pétalos muertos que quedaban entre el suelo cercano a la lápida de Sunny.

Sus padres se regocijaron de felicidad por un instante, sintiendo esa pequeña caricia. Porque ambos sabían, que el alma de su hija seguía cuidándoles. Que ella estaba cerca, apreciando los detalles que sus desahuciados padres le dejaban.

Ambos sabían, que su hija muerta aún los esperaba en su cumpleaños.


Ambos sabían que su rayito de luz, no se había ido del todo…

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