Nunca creí que
hubiera un camino predestinado. Cada segundo lo iba pintando, cada momento lo
iba colgando.
Y di la vuelta para regresar a mis infiernos. Gélidos recuerdos de una vida que
no debió pertenecerme, pero aquí la tengo: rota, sangrando, clamando piedad.
Sentí seca el alma. Mis ángeles emigraron hace tanto.
Di pasos
dudosos entre la lluvia y sentí mi cabello goteando lágrimas que yo jamás quise
traer a este mundo. Me dejé llevar por el viento, porque sabía que merecía ese
pequeño momento.
Tantísimos
pares de ojos que adornaban mi estancia. Ojos grises como los días plomizos por
la lluvia, ojos negros como el abismo de la incertidumbre, ojos verdes como un
sorbo de té a media noche, y ojos almendrados que hacían crujir los suspiros. Y
yo buscaba una pizca de azúcar para endulzar el café de los míos.
Y vi por el rabillo del ojo, que aquella casa se derrumbaba. Se acabó la
lluvia, el abismo, el té y el crujir. No quedaba más que un nuevo amanecer,
cubierto por tinieblas de orígenes inciertos. Era mi boca la que exhalaba tanta
lobreguez. Me quebré al ver que yo misma me abrumaba, me moría.
Supe que quería ser libre, y me largué a donde mi pasado jamás pudiera
atormentarme de nuevo. A donde las manos jamás rasgaran mis entrañas, llenas de
temor. A donde la lluvia era cálida y el Sol refrescaba. Al parque que de niña,
siempre quise visitar.
Me largué al recuerdo de mi madre...
...y de aquí, no partiré.
No hay comentarios:
Publicar un comentario