jueves, 15 de mayo de 2014

Dieciséis años después...

Nunca creí que hubiera un camino predestinado. Cada segundo lo iba pintando, cada momento lo iba colgando.

Y di la vuelta para regresar a mis infiernos. Gélidos recuerdos de una vida que no debió pertenecerme, pero aquí la tengo: rota, sangrando, clamando piedad. Sentí seca el alma. Mis ángeles emigraron hace tanto.


Di pasos dudosos entre la lluvia y sentí mi cabello goteando lágrimas que yo jamás quise traer a este mundo. Me dejé llevar por el viento, porque sabía que merecía ese pequeño momento.

Tantísimos pares de ojos que adornaban mi estancia. Ojos grises como los días plomizos por la lluvia, ojos negros como el abismo de la incertidumbre, ojos verdes como un sorbo de té a media noche, y ojos almendrados que hacían crujir los suspiros. Y yo buscaba una pizca de azúcar para endulzar el café de los míos.

Y vi por el rabillo del ojo, que aquella casa se derrumbaba. Se acabó la lluvia, el abismo, el té y el crujir. No quedaba más que un nuevo amanecer, cubierto por tinieblas de orígenes inciertos. Era mi boca la que exhalaba tanta lobreguez. Me quebré al ver que yo misma me abrumaba, me moría.

Supe que quería ser libre, y me largué a donde mi pasado jamás pudiera atormentarme de nuevo. A donde las manos jamás rasgaran mis entrañas, llenas de temor. A donde la lluvia era cálida y el Sol refrescaba. Al parque que de niña, siempre quise visitar.

Me largué al recuerdo de mi madre... 

...y de aquí, no partiré.

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