domingo, 29 de junio de 2014

Sentimiento carmín

Esa contraparte de mí que no tenía nombre y apellido. Que no quería voltear a mirar, pensando que me encontraría con los rincones más oscuros e inauditos de mi ser. Me embriagaban las razones para mantener la vista al frente, ¿por qué habría de observar para mis adentros?

Y lo sentí naciendo en mí, como una semilla que emigra desde lejos para plantarse en lo más intrínseco de mi alma y nacer. Surgir como el más frondoso sentimiento. Sentí sus raíces arraigadas a mis más viscerales impulsos.

Mi sangre se moteó de una transparente motivación. ¡Y aquí estoy otra vez! Enamorada, realmente enamorada.

No pude contenerme más y volteé a ver qué era lo que me deparaban mis días. Y me encontré con una piel tostada que se dejaba tocar por el viento. Una piel que envolvía tantísimos sentimientos, pensamientos, recuerdos… Tantísima vida en una persona.

Una persona con ojos oscuros y fuertes, inquietos. Buscaba con locura cada detalle en su campo visual, como un gato cazando un poco de diversión en algún patio trasero. Quise entrar a su alma por medio de sus ojos y adueñarme de él. Quise hacerlo mío y extasiarme de él. Quise aprender sobre él. Quise tomarlo con mis manos y cuidarlo, hacerlo prosperar. Que sus semillas escondidas germinaran en mí y me llenara de él hasta ahogarme de ternura.

Entre el vaivén de su risa y el carmín de mi rostro, se me iban las tardes. Se desprendían las hojas de mi calendario cual goteo incesante en el riachuelo de mis ojos. Era fácil entregarse y no querer regresar. Qué difícil era verlo partir.

Me gustaba recostarme en su pecho y sentir el acústico latir de su corazón apretujado. Mi equipaje se aligeraba cuando él vaciaba mi ser de tanta preocupación. Podía irme de viaje con sus besos a donde nadie iba a encontrarnos, sin necesitar nada más que su amor junto al mío.

Mi instinto se erguía engreído y orgulloso cuando él tomaba mi mano. Y el sonido de su voz me relajaba la expresión. Sentía tanto gusto de tenerlo conmigo, que no quería perder el tiempo temiendo que, algún día, su amor se me fugara de las manos.

Podía tocar el cielo y sentir sus brazos rodeándome. Podía volar entre las nubes con sólo estar sobre su cuerpo. Podía sentir su aura apresando la mía, cuidándola de alguna turbación innecesaria.

Él era constante, terco. Era amable y protector. Era risueño y encantador. Estaba consciente de que yo le pertenecía y que lo quería mío. Estaba al tanto de lo delicioso que era para mí, entregarle un pedazo de mi cama y de mi alma. Estaba enamorándome y yo no necesitaba dudar. Sólo quería amarlo toda la noche, hasta que el Sol salga y me dé en el rostro. Despertándome y haciéndome saber que nuestro querer no fue un sueño. Fue mi más grata realidad.

Él, es mi más honrada realidad. La realidad por la que vale la pena hacer antesala de nuestros encuentros.


Él… es el amor de mi vida.

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