viernes, 15 de agosto de 2014

El libro de los corazones rotos

En el firmamento, brillan tantas estrellas como corazones rotos. El filo de la Luna corta como el momento de un adiós.

Por mis venas corre la sal de mil lágrimas que no he podido soltar. Se me atoran los sollozos entre los músculos de mi garganta y me ahogan, juro que me ahogan…

¿Has conocido a la persona ideal? Aquella que con sólo echarle un vistazo, te robó el carmín más indiscreto para pintarlo en tus mejillas. Aquel flechazo que te dejaba el corazón clavado en un recuerdo que jamás podrás sacar de tu mente.

Yo la conocí en una tarde tranquila, entre suspiros y sonrisas inesperadas. Su aura me envolvía como una tarde ceñida por la brisa y los rayos del Sol. Entre sus palabras, yo era feliz. Encontré un hogar en el que podía despertar.

Una noche, mientras el Sol se ocultaba y el ocaso bañaba la intemperie, aquel dulce hogar fue azotado con una fuerte lluvia. Gélida como la oscuridad, caía y me apuñalaba la piel. Estaba congelada y me sentía sola. Y luego, caí en un sueño profundo, un letargo que me entumeció el corazón. Mis sentimientos hibernaban mientras que la sonrisa iba menguando cada tanto.

Cuando desperté, desnuda y sola en aquel parque, mi reloj marcaba las tres menos cuarto y el Sol brillaba con timidez. La brisa que hacía bailar el césped, era deliciosa. Mi corazón se llenaba de gusto con los comienzos del otoño. El equilibrio entre el calor y el frío, el aroma a bosque a unas cuadras de mi hogar, las hojas amarillentas que se dejaban caer, sabiendo que ya había llegado la hora de dormir para siempre. Todo me recordaba al tacto de un libro viejo. Mi libro favorito. Donde había escrito sobre cuán dulce era quererle.

Y volteé… Él no estaba ahí.

Una afanosa ventisca luchaba contra mí para arrebatar las páginas de aquel libro. Iba a quedarme sin esa dulce historia de amor que quería leer por siempre, escribir para siempre... No quería dar mi brazo a torcer. Hasta que una tormenta vino por mi ímpetu, arrancándome la piel, la fuerza, las lágrimas que no quería derramar…

Y ahí estaba yo, desangrándome de tristeza. Sollozando hasta el cansancio y lamentando haber tenido que perder lo que más quería. Mi libro, mi historia, mi hogar…

Desde entonces, he pasado noches en vela echándole de menos. Buscando algo que me haga sentir que vale la pena perder la vida entre personas que jamás me darán lo que con él, encontré. Buscaba brazos y me encontré con espaldas. No supe sobreponerme ante esa perspectiva.

Y dime ahora, ¿ya has conocido a la persona ideal? Aquella que con sólo echarle un vistazo, te robó el corazón y el deseo de buscar otro hogar. La persona que te arrebató todo cuando se marchó, porque para ti, ella era tu hogar, la paz luego del ciclón, tu historia predilecta, las hojas de otoño que no querían dormir aún. Era todo.


¿Ya puedes contar una historia como la mía, cielo? ¿Ya has encontrado a tu persona ideal, tu hogar?

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