lunes, 22 de septiembre de 2014

Quererte para siempre.

Donde las estrellas brillaban más que nunca y nuestras constelaciones favoritas parecían mezclarse entre ellas. Donde las olas del mar morían y nos rozaban los tobillos. Donde la Luna abarcaba el cielo como si fueran mis palabras de amor y el firmamento fuera mi garganta. Ahí, donde decidí quererte para siempre.

— ¿Qué haces, Ela?

Y lo vi, mirándome con curiosidad y calidez. Cómo me gustaba cuando las casualidades nos llevaban a encontrarnos. Intenté disimular la sonrisa que se me escapaba con sólo verle.

— Estaba esperándote — admití con cierto soniquete, sabiendo que no lo descubriría —. Sólo bromeo. Me gusta venir y ver las estrellas...

— Tú siempre tan espontánea — se acercó a mí, mientras yo intentaba calmar mis latidos. Hacía mucho que nadie me alteraba de esta forma tan... descarada.

Era un sitio precioso donde me había encontrado. Un pequeño acantilado que recibía enormes bofetones del mar que lo contorneaba. A medida que aumentaba la marea, daba la sensación de que podías, de un salto, limpiarte el alma con el agua salada. La sensación de vértigo que me había arrebatado tan hermoso paisaje, me la regresó él, con llegar hasta mi lado.

Había dejado de oler a vida e infinidad. Sólo podía concentrarme en ese aroma a Bleu, de Chanel. Qué predecible era este chico...

— ¿Qué tanto haces aquí, sola? 

— Me gusta venir y desahogarme un poco. Permitirme fantasear y que mis deseos fluyan. Es... — me perdí en sus ojos oscuros por un instante, y recordé porqué a veces rehuía de él — muy buena terapia.

— A veces te veo y parece que te pierdes, como si tu mente huyera a otro lugar. Eso me resulta curioso...

— Quizás huyo de ti — en la vida existen situaciones en las que, por alguna u otra razón, se te infla el corazón. Se llena de emociones, sensaciones, desesperanza, ilusión. Tantísimas cosas que no podemos retener. Y yo no pude retener lo único que me hacía proteger mis sentimientos de él: la estupidez. Qué estúpida me sentía por haber dicho aquello, sospechando que él no veía en mí, lo que yo veía en él.

Se le veía algo confundido, y no me resultaba extraño. Hasta ese momento, jamás supe cómo tratarlo. Él anulaba todas mis facultades y me hacía sentir desamparada del poco ingenio y sentido común que tenía. Era como pasearme desnuda ante alguien a quien, de seguro, no le gustaba lo que veía.

— Ela... A veces me dices cosas que realmente me aturden — ¿estaba sonrojado? No podía ser —. ¿Puedo preguntarte algo?

— No. Yo no voy a querer contestarte porque sé qué vas a responderme — me tomó del hombro suavemente y su mano rozando mi piel desnuda, me hizo estremecer. Quité la mano y lo miré fijamente —. Déjame hablar, por favor... 

«—No puedes seguir haciendo como que no lo ves, no puedes seguir fingiendo a que todo está bien. ¿Es que no lo ves? ¿O finges que mis sentimientos no existen? Me gustas, me gustas mucho. No sé desde cuándo ni porqué, yo jamás vi nada en ti que me hiciera creer que yo te gustaba. Simplemente disfrutaba estar contigo y si bien era cierto que había cosas de ti que me hacían odiarte, he podido conocerte y saber que todo era una coraza. Y dentro de esa coraza, hay un corazón precioso, una persona encantadora que más allá de lo que le muestra al mundo, tiene sueños y aspiraciones como todos. Haces creer que eres indiferente a todo y por dentro, eres más suave de lo que quieres aparentar. Si algo te resulta bello, te encanta, sabes porqué es bello y lo disfrutas. Cuando algo te gusta, realmente puedes sentirte volar y eso te llena. ¿Cómo sé esto? No lo sé, quizás te idealizo, quizás estoy hablando tantísimas tonterías y tú por dentro sólo piensas en aclararme y hacerme saber que estoy equivocada. Pero no puedo evitarlo; te veo y siento cómo se me derrite el corazón, cómo me llenas de paz con sólo estar cerca de mí. Siento que te conozco como a mí misma. No puedo evitar estar cerca, escuchar tu risa, abrazarte. Y quizás lo hagas sin intención, pero más allá de ese cinismo que usas de máscara, sé que hay una intimidad entre nosotros, instantes en los que sonreímos y nos sincronizamos. Todos lo notan, yo lo noto. Y es ahí que quiero acercarme más, cuando la ansiedad me carcome y yo sólo muero por besarte. ¡Porque sí! Porque se me antoja tanto besarte y enseñarte cómo se siente que te amen tanto entre besos y caricias. Y no hay día en el que no te imagine entre mis piernas, condensando mi cuello con tu aliento y llenándote las sienes de palabras dulces, gemidos y besos. Es que no sé cómo dejar de quererte de esta forma, desearte, querer protegerte y escucharte. Te juro que no lo imagino, te juro que me gustas más que nada y te odio por darme la oportunidad de quererte tanto...—»

Estaba llorando, con calma, sin prisas. Podía jurar que mis mejillas estaban tildadas de un ligero carmín. No podría decir con exactitud qué pensaba él, ni de qué forma me miraba. Mi mente estaba en otro lugar, un sueño del cual no quería despertar. Todavía tenía miedo de perderle y yo sólo quería tantear de a poco, la libertad de hablarle de mis sentimientos. Quería creer que no había sucedido y a su vez me sentía tan agradecida de sincerarme, de soltarlo todo...

Fue cuando me abrazó y hundió su rostro en mi cuello, que realmente acepté que iba a conservar su sonrisa, su aroma, su tacto, en el rincón más amplio de mi corazón. Él iba a permanecer ahí para siempre.

— Ela...

¿Puedo quererte para siempre?

No hay comentarios:

Publicar un comentario