jueves, 16 de abril de 2015

Lo mismo conmigo

Daba una última calada al cigarro, aspirando nicotina y suspirando nerviosismo. Podía notar la piel erizada debajo de la seda y cómo mi pierna temblaba, inquieta y ansiosa.

El encaje arrugado debajo de la falda, el tirante del sostén torcido, el labial corrido, el carmín imprudente e involuntario en mis pómulos y escote. Todas estas reacciones que no me calmaban si enfocaba la vista en el espejo; mi reflejo era una burla a mis inseguridades de niña que se resguardaban en mi cuerpo de mujer. Opté por caminar un poco e intentar sincronizar la onomatopeya del tacón al caminar, con el ritmo de la música que sonaba. Opté por algo clásico, suave… y contraproducente.

¿Hacía cuánto no me entregaba una noche? ¿Una semana, dos quizás? ¿Cuántos hombres no se perdieron en mis caderas y rogaron por un sorbo más? ¿Cuántos fueron víctimas mías de haber sucumbido a lo más íntimo y enloquecido de sus seres insaciables? Son incontables los que se deshicieron de sus niños internos en los pliegues de mi cuerpo y aún así… Aún así… Él siempre hacía lo mismo conmigo.


Con imaginar un encuentro, mi cuerpo se estremecía y me encontraba mordisqueando mis labios sin poder contenerme un segundo más. Fue tan sólo una llamada, una mísera llamada lo que me invitó a tocarme una vez más por él e imaginármelo una vez más en mi cama, a mi lado.

En mi mente, lo sentía acariciarme las clavículas con sus labios suaves y se me escapaban los suspiros si le encontraba adentrándose en mí con su lengua aterciopelada. Era abrumador pensar todas y cada una de las sensaciones que se quedaron tatuadas en mi piel conforme iban pasando las noches con él. Sus besos me resultaban candentes, ávidos, viciosos. Yo siempre quería más de él. Y él… siempre hacía lo mismo conmigo.

El reproductor puso una de nuestras canciones predilectas y decidí comenzar un pequeño baile para relajarme. Él adoraba interrumpir el aseo para tomarme inesperadamente y hacerme girar por toda la sala, y siempre terminábamos en el sofá, besándonos entre risas y mordidas.

Y, como si fuera algo ya premeditado, llegó. Apareció con su melena oscura y sedosa, que contorneaba un rostro de facciones marcadas y barba mañanera. En conjunto con su corbata a medio deshacer y su sonrisa socarrona, emanaba demasiada masculinidad. Le ofrecí un poco de vino tinto y lo rechazó. Hasta su altanería me seducía; era increíble cómo cada poro de mi piel, cedía ante él. Siempre hacía lo mismo conmigo.

No tardó mucho en desnudarme y hacerme gemir una, y otra, y otra, y otra vez…

Era increíble la melancolía que se iba de mi pecho cuando él me besaba entre cada vaivén, tan suave como sus caricias. Su voz ronca llamándome mientras mordía y lamía su cuello, su sonrisa altanera cuando estaba encima de él y lo sentía en lo más hondo de mi ser, sus dedos clavándose en mis caderas cuando las movía tal cual él las disfrutaba. Todo él me volvía loca de sed, de calor, de… amor.

Y volvía a amarlo con locura y sin miedos, porque podía dormir a su lado, sintiendo la mezcla entre sudor, perfumes y aroma a sexo. Podía descansar sintiendo los latidos de su corazón adormilando mis sienes. Podía imaginar que esta vez podríamos compartir el café y saber un poco más de nuestras vidas. Podía incitarle a enamorarse de mí otra vez. Podía anhelar despertar y… no encontrarme con él, ni su ropa, ni el vino tinto. Porque él…



Él siempre hacía lo mismo conmigo…

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