sábado, 16 de enero de 2016

Sin más que decir...

Es hora de empacarlo todo.

Hemos compartido tanto en estos años que han pasado. He convertido mis peores angustias en dulces historias que, al leerlas, me dejan una sensación de paz. Me hiciste conocer en mí, una fortaleza que desconocía.

Yo apenas era una niña cuando llegaste a mi vida. Una niña que siempre acudía a ti con las rodillas lastimadas y lágrimas en los ojos. No importa si dejaba de sonreír, tú siempre estuviste para mí. Limpiabas mis heridas, secabas mi rostro y acomodabas mi vestido. Me dabas la fuerza para regresar al mundo con una sonrisa, porque era esa la versión predilecta que todos esperaban de mí.

Me has visto llorar, me has visto reír, me has visto furiosa con el mundo y conmigo misma. Y aunque yo me haya marchado y vuelva para despedirme nada más, quiero que sepas que siempre te mantendré con vida en mis memorias. Siempre serás quien me salvó, una y otra vez.

Te extrañaré, muchísimo. Como extraño todo lo que he perdido.

Mira todo lo que hemos logrado durante estos años. Cuántas palabras he soltado para darte vida… Tú sí que supiste sacar lo mejor de mí misma. Contigo aprendí tantísimo de mí, aunque la gente no entienda cómo algo tan simple como tú puede lograr algo significativo.

Cómo lamento que ahora deba irme, porque quien ganaba con esto, era yo. Y ahora voy a perderte. O quizás ya te perdí y no quise verlo…

A pesar de todo… Adiós, Marioneta Visceral.
A quienes han venido a parar aquí, este fue el Blog de quien les escribe, su servidora. Un pedacito de lo que ella esperaba mostrar y ocultó. Aunque ya no venga a pasearse por aquí para dejar nuevas entradas, lo escrito quedará para el recuerdo. Con mucha nostalgia en el corazón y un nudo tremendo en la garganta, les desea que tengan una buena estadía en este viejo Blog.


La marioneta ha terminado el espectáculo.

domingo, 13 de septiembre de 2015

Tinta y papel

No quería irme y dejar la velada de lado. Mi deseo se anclaba a tu voluntad.

Estábamos tan a gusto perdiéndonos en nuestra intimidad, sin decirnos nada porque ¿para qué? Si el silencio nos mantenía juntos y romperlo sólo nos desconocería para nosotros. Una intimidad en la que no nos tocábamos, porque de eso se encargaba el aire que viajaba entre nosotros: de coser nuestras almas.

Me veía dichosa a tu lado pues es tu corazón quien puede sonreír cuando se esconde el Sol hasta el amanecer. Me quería a tu lado por toda una eternidad, o el tiempo que me quisieras contigo. Yo era feliz en nuestros mutismos.

Tu rostro se perfilaba ante la noche y las estrellas se unían en su baile y binomialidad para nosotros. No podía existir un instante tan especial entre dos que se amaron y no volverán a verse. No mientras se amen y eso nos constaba.

Pensé en tu ausencia y en el privilegio de tu mirar. La piel se me heló cuando me di cuenta que no existía eternidad ni realidad donde pudiera quedarme contigo y las lágrimas comenzaron a llover. En mi regazo se formó un mar de tristeza y tú no entendías porqué tenía miedo. Porque yo iba a quererte por siempre y tú sin haberte marchado, ya me habías dejado atrás.

Me fui para no verte e intentar olvidarte. Y te olvidé. Olvidé tus ojos, tu voz, tu piel canela y tu manía de querer estar cerca. Olvidé tu risa y tu canción preferida. Olvidé los versos que callé por temor a abrumarte.

Y hoy te veo entre tanta gente, recordando aquel instante entre silencio y estrellas, preguntándome qué pasó con las historias que mis lágrimas de tinta escribieron en tu piel de papel. Y hoy me pregunto si en verdad te olvidé.


O solo nunca quise irme y dejar aquella velada de lado...

viernes, 17 de julio de 2015

Y con la primavera, llegó el abismo

Yacía sumida en un efímero intento de calma, pregonando un suspiro que formaba cascadas de aire en las grietas de mis labios. Era un abismo. No existía hasta el momento que pude entender que debía forzar mis manifiestos.

Se escuchaban chasquidos, fracturas de aire en la piel. Me volvía hielo con el pasar de los segundos y a través de mis dedos, podía ver el mundo… mi mundo.

Se extendía al horizonte una ráfaga de luces que, con ellas, se traían al Sol cual despertar de un letargo casi eterno. Las estrellas más pequeñas no quisieron irse y dejaron al cielo moteado de suaves estelas. Las auroras bajaron a tocarme las piernas mientras yo me deslizaba entre ellas. Mi sangre se volvió agua, mis ojos se volvieron astros y mi cabello era un cúmulo de hilos de hielo.

Bailaba con el frío del invierno y mi risa hacía eco en los glaciares. Los polos eran puntos céntricos para la llegada de los sueños que esperaba, nunca se acabaran. Podía besar a la Luna y quien viajara hacia el espacio, podía confundirla con mi sonrisa si ella estaba en cuarto menguante.

Me sentía una Diosa que se adueñaba de lo que se expandía ante sus ojos. Una Diosa que al desnudarse, desataba tormentas de hielo y cristal. Al llorar, dejaba estalactitas de pena colgando de mi rostro y al caer al mar, se convertían en icebergs que vagaban por el mundo para llevarles mis historias a los osados marineros. Fue así en cómo me convertí en el invierno.

Con el pasar de los días, me hacían ofrendas con sus propias vidas y a cambio, les brindaba un sueño profundo entre mis auroras y la nieve. Los veía desde la inmensidad, cómo sus labios se agrietaban y daban paso a cascadas de aire. Se convertían en parte de un abismo y dejaban de existir.

Pasaron semanas, mientras vivía un cíclico intercambio entre la vida y la muerte. Me preguntaba si alguna vez conocería más mundo del que mis pies han tocado, cuando sentí que mi cuerpo entero lloraba. Sentía las venas calientes mientras se me desquebrajaban los brazos. El agua comenzó a filtrarse por todo mi cuerpo hasta que no quedaba nada de mí. Quedé enterrada en tierra, mientras me invadía el olor a bosque y las flores adornaban mi cara.

Una pena enorme me invadía, sentía que estaba muriendo. Ya no era más una Diosa. Sólo yacía sumida en un efímero intento de calma, pregonando suspiros que formaban ventiscas intransitables. 


Era momento de volverme un abismo, otra vez…

lunes, 8 de junio de 2015

Una nueva marioneta: la estilista

Desde hace mucho estuve considerando la posibilidad de incluir más temáticas al blog, aparte de la escritura visceral. Al principio, la idea intimidaba un poco por el poco interés que mis lectores podrían mostrar ante esta nueva propuesta. Pero con algo de tiempo y seguridad en mí misma, decidí darle una oportunidad.

La idea principal del blog era hacer una fiel representación de mis visceralidades, que no sólo se resumen en lo que escribo. También tengo otras pasiones en las que dejo un poco de mi corazón y mi esencia. Con el tiempo, el blog se convirtió en un cúmulo de entradas sobre lo que quisiera escribir.

Y ahora que he tomado el valor para enderezar la columna vertebral de este pequeño rinconcito de la web, ¡les presento mi primer post sobre estilismo!

Antes de mostrarles un outfit, quiero darles una idea de lo que voy a plantear en este tipo de posts: no hago esto con la finalidad de ser una fashion blogger ni un ícono de la moda. Vengo a enseñarles que su estilo puede ser una posibilidad de confianza y diversión. Sin necesidad de tener prendas acordes a la temporada o al patrón favorito del año, les muestro una de mis facetas favoritas: la Analy que se muere por una cita con su novio o una salida con amigos para volverse loca en su closet y salir de su casa con una sonrisa en el rostro, porque lo que tiene puesto es el empaque perfecto de quién es ella en realidad. (Creo que no me desligo un poco de mi lírica, je, je, je...)

Sin más preámbulos: ¡el primer look en el blog!


La manguera le da un toque francés a las fotografías, ¿eh?

Ignorando un poco el entorno, este es uno de mis outfits favoritos: fue el primer paso que di para expandir mi libertad al vestirme. A veces pensamos que alguna blusa no quedará bien con algún short, o que la falda no se verá del todo bien en tu cuerpo. Tenemos muchas inseguridades al momento de vestirnos por todos los arquetipos que nos han forzado a aceptar: no muestres piernas feas, no muestres los cauchitos, disimula tu cutis graso. Tenemos una enorme presión social por lucir bien para los demás y terminamos adornando nuestra cara con un ceño fruncido porque el espejo no nos muestra a un/una supermodelo.

No terminamos de aceptar que no se trata de complacer a los demás ni vestir como los demás dicen que está bien. Puedo usar un vestido con un par de tenis e ir así a un parque con mis amigos, o dar una exposición importante con un jean roto. Todo se trata de divertirse y atrevernos. Que si estás muy delgada, que si estás gorda, que tu busto es pequeño o demasiado grande, que por ser negra no puedes usar equis color de pintalabios... ¿Saben qué? ¡Al diablo con eso! No necesitamos prejuicios, necesitamos confianza. Y es eso lo que obtuve al comenzar a hacerle caso a mis antojos.

Es un ciclo constante: entre más confíes en lo que quieres vestir, más creativa serás y entre más creativa seas, más confiarás en ti.

Aparte, no puedo sentir vergüenza si alguna vez decido salir así a la calle. Nunca había visto un cosplay de camarera con tanto estilo. Y ese vestido negro en particular es muy versátil: lo he usado con tenis, con tacón alto, tacón bajo, con zapatillas, con sandalias... Soy muy dada a sacarle el jugo a mis vestidos y es que mi regla para con los vestidos es: si no tiene pedrería, ¡sirve para todo!

Espero que les haya gustado este post. Esta mañana habilité la opción de comentar bajo anonimato, así que si deseas opinar algo y no tienes cuenta en Blogger, ¡no importa! Envíalo con confianza.

Les mando un abrazo y recuerden: si confían, crean y si crean, confían. Y no sólo se aplica a sus estilos...

Au revoir! 

viernes, 5 de junio de 2015

Perdida

Tenía entre mis dedos el pétalo muerto de una lila, que era el único souvenir que conservaba conmigo para no olvidar quién fui. Las retrospecciones nunca fueron tan necesarias.

Estoy dormitando sobre los huesos rotos de aquello que sostenía mi línea de tiempo, hoy… atemporal. Se derrumbó mi estructura.

Escucho risas, quejidos, sollozos y reproches. Escucho golpes sórdidos, palabras que jamás dije. Escucho lo que nunca se fue, y lo que jamás volvió. Escucho tanto y ahora ya no veo nada.

Se caen los nervios de mis manos y ya no siento nada. Tengo seca la boca y los labios agrietados. No hay frío ni calor. No hay nieve, lluvia o rayo del Sol. No existe nada. No soy… ¿no soy nada?

Quiero correr y no puedo. Quiero volar, quiero huir. No me gusta esto. ¡No quiero esto! ¡Yo no soy esto! El vacío no tiene que pertenecerme así…

Tranquila… Yo estoy aquí, y tú estás conmigo.

Esa voz… Me da calidez, nostalgia…

Tú estás conmigo.

¿Quién eres?

Yo estoy aquí. Tranquila.

Si eres un recuerdo, no me olvides. No te pierdas en mí. Mírame y encuéntrame. Hazme saber que puedo ser encontrada. Aunque ni yo sepa quién soy, quédate. Porque es tu voz lo que me ayuda a saberme viva… y salvada. Sálvame de mí misma. De mis implosiones y susurros. Sálvame del miedo a no poder levantarme. Estoy cansada, me duelen las piernas. Ya no quiero caminar. ¿Por qué soy tan frágil? Háblame, respóndeme.



No te vayas. No aún…

viernes, 1 de mayo de 2015

Allá, en aquella ciudad

Llegué al pedazo de horizonte que siempre me recibía cuando venía con las manos llenas de fábulas rotas. Me sentí fuerte con el aroma a natura y noche que embriagaba mi cuerpo, como un manto que anestesiaba los pesares.

El otoño hizo llover hojas secas que llenaron mi repertorio de anhelantes oyentes descorazonados. Toda la vida y muerte del bosque estaba presente, desde el lago de cristal hasta el roble de hojas perezosas. Extendí mis cartas, dejándolas reposar en mi regazo desnudo y me aclaré la garganta.

Le hablé a las flores sobre lo bonitas que eran, como las motas rosadas que se pintaban en tu rostro. Decías que era genética, yo le llamaba un encanto. Ellas se sonrojaron por el genético piropo. Les comenté que sus pétalos eran suaves texturas que se quedarían grabadas en mis manos, si no fuese por el reconteo de vértebras de tu espalda que me sabía de memoria y mis dedos se negaban a olvidar.

Les hablé a los peces sobre lo agradable que era darse un baño a medianoche en los raudales que llamaban hogar. Y ellos se fugaron de vergüenza, entendiendo que en los poros de mi piel se escuchaba el eco de tus besos. De seguro escucharon algún gemido fugado sin escondrijo en mi cintura.

Le hablé al pasto sobre todas las tardes que dormité a tu lado y cómo acunabas mi alma como si no fuera más que una recién nacida de un amor tan tímido e insolente como el mío. Él dio brotes a modo de respuesta y acunaron mi nostalgia. Él recostarme y susurrar versos sin sentido ni destinatario. Él se llevó mis cartas bañadas en lágrimas…

Pero ni el pasto, ni los peces, ni las flores, ni el otoño con sus hojas secas, ni mi repertorio de natura y noche me devolvieron todo lo que yo les di. Les di poesía esperando que te regresaran a mí. Les di palabras y me dejaron un silencio cual letargo de invierno. Les di mis secretos y ellos los guardaron, en vez de arrastrarlos hasta dónde estabas tú. Allá, en lo más oscuro de un viejo edificio, meciéndote entre cigarros y pianadas. Allá, en aquella cama que olía a un último beso. Allá, en donde solíamos reír, dormir y besar. Tocar, gozar, gemir y querer. Callar y sonreír, decir sin hablar.


Allá, donde te aprendí a amar.

jueves, 16 de abril de 2015

Lo mismo conmigo

Daba una última calada al cigarro, aspirando nicotina y suspirando nerviosismo. Podía notar la piel erizada debajo de la seda y cómo mi pierna temblaba, inquieta y ansiosa.

El encaje arrugado debajo de la falda, el tirante del sostén torcido, el labial corrido, el carmín imprudente e involuntario en mis pómulos y escote. Todas estas reacciones que no me calmaban si enfocaba la vista en el espejo; mi reflejo era una burla a mis inseguridades de niña que se resguardaban en mi cuerpo de mujer. Opté por caminar un poco e intentar sincronizar la onomatopeya del tacón al caminar, con el ritmo de la música que sonaba. Opté por algo clásico, suave… y contraproducente.

¿Hacía cuánto no me entregaba una noche? ¿Una semana, dos quizás? ¿Cuántos hombres no se perdieron en mis caderas y rogaron por un sorbo más? ¿Cuántos fueron víctimas mías de haber sucumbido a lo más íntimo y enloquecido de sus seres insaciables? Son incontables los que se deshicieron de sus niños internos en los pliegues de mi cuerpo y aún así… Aún así… Él siempre hacía lo mismo conmigo.


Con imaginar un encuentro, mi cuerpo se estremecía y me encontraba mordisqueando mis labios sin poder contenerme un segundo más. Fue tan sólo una llamada, una mísera llamada lo que me invitó a tocarme una vez más por él e imaginármelo una vez más en mi cama, a mi lado.

En mi mente, lo sentía acariciarme las clavículas con sus labios suaves y se me escapaban los suspiros si le encontraba adentrándose en mí con su lengua aterciopelada. Era abrumador pensar todas y cada una de las sensaciones que se quedaron tatuadas en mi piel conforme iban pasando las noches con él. Sus besos me resultaban candentes, ávidos, viciosos. Yo siempre quería más de él. Y él… siempre hacía lo mismo conmigo.

El reproductor puso una de nuestras canciones predilectas y decidí comenzar un pequeño baile para relajarme. Él adoraba interrumpir el aseo para tomarme inesperadamente y hacerme girar por toda la sala, y siempre terminábamos en el sofá, besándonos entre risas y mordidas.

Y, como si fuera algo ya premeditado, llegó. Apareció con su melena oscura y sedosa, que contorneaba un rostro de facciones marcadas y barba mañanera. En conjunto con su corbata a medio deshacer y su sonrisa socarrona, emanaba demasiada masculinidad. Le ofrecí un poco de vino tinto y lo rechazó. Hasta su altanería me seducía; era increíble cómo cada poro de mi piel, cedía ante él. Siempre hacía lo mismo conmigo.

No tardó mucho en desnudarme y hacerme gemir una, y otra, y otra, y otra vez…

Era increíble la melancolía que se iba de mi pecho cuando él me besaba entre cada vaivén, tan suave como sus caricias. Su voz ronca llamándome mientras mordía y lamía su cuello, su sonrisa altanera cuando estaba encima de él y lo sentía en lo más hondo de mi ser, sus dedos clavándose en mis caderas cuando las movía tal cual él las disfrutaba. Todo él me volvía loca de sed, de calor, de… amor.

Y volvía a amarlo con locura y sin miedos, porque podía dormir a su lado, sintiendo la mezcla entre sudor, perfumes y aroma a sexo. Podía descansar sintiendo los latidos de su corazón adormilando mis sienes. Podía imaginar que esta vez podríamos compartir el café y saber un poco más de nuestras vidas. Podía incitarle a enamorarse de mí otra vez. Podía anhelar despertar y… no encontrarme con él, ni su ropa, ni el vino tinto. Porque él…



Él siempre hacía lo mismo conmigo…